A todos los que vienen a este lugar!

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¡que lo pases bien!

martes, 29 de noviembre de 2011

Los Ocho Dialogantes

Y bueeeno, aquí estoy otra vez.

voy a retrasar hasta mañana la entrega del primer capítulo de Camino a Babilonia por un relato cortito que se me ocurrió debido a un concurso de por ahí.
Va la Explicación:

en el sitio Fantasía Austral se hizo la reseña de un libro de cuentos titulado "Octocéfalo", que reúne a 8 escritores Chilenos de Fantasía y Ficción. el caso es que hay un concurso para ganarse este libro en el que se debe describir la criatura imaginaria "Octocéfalo" según a uno se le ocurra.
Pues bien, decidido a ganar el libro reseñado, me puse a escribir, pero me fui alargando, alargando, y alargando hasta que resultó tan largo, que no cabía en el bloque para dejar un comentario.
Así las cosas, me limité a comentar que estaba muy largo y que el sitio me había rechazadoo..., ¡A mí! ¡Me rechazó a mí! debido a la extensión.
Sin embargo y como lo pasé de pelos escribiendo esta breve historia, me decidí a ponerla aquí, en este rinconcito mío.

y ya, menos cháchara y a la acción.

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Los ocho Dialogantes



Por Jano.



Tengo que reconocer que lo estaba pasando de pelos con este…, estos…, estas… lo que fueran. no solo era que su deformada silueta o sus dieciséis ojos muy rara vez me miraban, o que sus ocho manos al parecer estuviesen dedicadas a cada cabeza, o que parecía como si todas hablaran a la vez. no, la verdad es que el diálogo (si es que lo puedo llamar así) me tenía con las costillas adoloridas de tanto aguantarme la risa.
—El bar del Lanesboroug, hombre —dijo la cabeza de pelo rojo. era el más arreglado de los ocho apéndices que destacaban por encima de la suerte de maraña que era el torso. con una barba pulcramente recortada y mientras la mano que asomaba de su perdido hombro sostenía una pipa con incrustaciones de plata. en la porción del cuello que se podía ver, destacaba el blanco impoluto de una camisa que parecía Armani o Hugo Boss, al tiempo que una corbata en tonos azules y plateados hablaban de buen gusto. Por otro lado, el brazo de la mano que sostenía la pipa estaba enfundado en un traje en tono gris que se veía limpio.
—¿A caso estás bromeando? —preguntó el que parecía un Chino Mandarín con todo y bigotito estilo Fu Manchú—. en ese sitio lo único que puedes encontrar es Whisky, en cualquiera de sus formas patéticas e insípidas. prefiero que vayamos a alguno de esos pintorescos sitios Vietnamitas de la calle Engelfield.
Tras realizar dicha declaración, la mano que se podía ver emerger de vez en cuando, levantó un cigarro con una larga boquilla y realizó una profunda inhalación.
—¡Ni hablar! —exclamó el tercer componente de las ocho cabezas que discutían con grandilocuencia. se trataba esta vez de uno con el pelo largo y un pendiente en su oreja derecha que parecía un diente de cocodrilo algo puntiagudo, con lo que me pregunté si no se pincharía de vez en cuando—. el Barbican, chicos. ¿no me digan que no quieren ver por fin la guitarra de Low Reed?
La mano que lo asistía, dejó sobre su cráneo un casco de motociclista de un negro casi total, de no ser por una llamarada a cada lado de la mandíbula.
—Yo me inclino por una de las cafeterías de Heathrow —interpuso otro que parecía totalmente empobrecido—. Es…, más barato, creo.
De su melena desgreñada y revuelta parecían colgar ramitas y hojarasca seca, como si viviese a la intemperie, mientras un chaleco burdo de lana basta parecía cubrir su torso, estuviese donde estuviese, perdido en la maraña de carne que podía ver con mis ojos aquel atardecer.
—Nada nada. yo creo que lo mejor es ir al Pub on Park y tomar algo en la terraza, ahí en London Fields.
Se trataba de un individuo algo calvo, con aparentes problemas dentales y que fumaba un cigarrillo de triste aspecto, tocado con una de esas boinas marineras pasadas de moda. en el antebrazo que sostenía el cigarro al parecer liado por él mismo, destacaba un tatuaje en el que un rostro de mujer se chupaba un dedo con mirada ardiente.
—Lo que pasa es que a ti te gusta mirarle las piernas a la camarera que atiende en la terraza del Pub on Park, caliente de mierda.
El que había interpelado al que parecía un marinero, tenía los severos rasgos de un juez acostumbrado a mandar a todos sus visitantes derechito al pelotón de fusilamiento.
—Me parece que lo mejor es meternos un buen poco de carne en el cuerpo, así que lo mejor que podemos hacer es ir donde los Libaneses en Edgware Road y degustar su famoso Halloumi asado. —parecía que el señor juez estaba acostumbrado a que se le hiciera caso, porque puso un gesto tan reprobatorio cuando el séptimo miembro de tal aparición intervino, que pensé se armaría una gresca del demonio entre las partes de…, eso que estaba frente a mí.
—Oh, no. creo que esta noche tengo ganas de un Bloody Mary en el famoso The Granadier, caballeros.
Se trataba de alguien con todo el aspecto de ser un político, de esos que tienden a convencer a todo el mundo a base de retórica, la que se puso a practicar en ese mismo momento.
—Sí, señores. un buen trago en The Granadier es lo más aconsejable para un cuerpo cansado que tiene el estatus de recién llegado. no se hable más, es lo mejor.

Me encontraba paseando por las cercanías de la Battersea Power Station en un crepúsculo cargado de melancolía recordando Santiago y sus múltiples rincones, cuando la horrorosa aparición se…, había dejado caer salida de un rincón oscuro.
—Buenas tardes —habían dicho ocho bocas del Octocéfalo que sin mediar aviso se había colocado frente a mí—. verá, joven. recién llegamos a Londres y nos estamos muriendo de hambre y sed. ¿Hay algún lugar donde podríamos tomar algo?
Como mi voz se había ido de paseo ante tan monstruosa aparición, la discusión entre las ocho cabezas se había iniciado y de pronto me encontré recordando aquellas noches en el puente Pío Nono junto a mis amigos decidiendo qué lugar de Bella Vista era el mejor. el Café Público, el HBH, el Calamar, el Capricho o el Galindo. La Armandita, el Tallarín Gordo o el Mesón Sevillano. El horripilante ser que tenía en frente lentamente se había transformado en algo menos horrible, al enfrentarse a decisiones tan cotidianas como aquella de elegir un sitio en el que tomar o comer algo. incluso me estaba pareciendo simpático, qué demonios.
—¿Usted qué nos recomienda? —me preguntó el octavo apéndice que pasaba por cabeza, cortando a todos los demás, que desde luego se habían puesto a discutir con el que parecía político.
Una hermosa voz de contralto salía de un rostro que el más clásico de los poetas definiría como capaz de botar mil barcos. ojos grises grandes y antiguos, capaces de hablar de historias antiguas y fascinantes. una cabellera Rojiza de rizos mecidos por el suave viento de aquella noche enmarcaban un rostro en forma de corazón que me tenía medio atontado, mientras hacía un esfuerzo por aguantarme la risa ante tan cotidiana discusión de ese extraordinario ser.
—Eeh…, bueno —inicié torpemente al notar los dieciséis ojos vueltos hacia mí—. hay un tranquilo lugar Frente al centro Jackson Lane en Highgate. se come bien, se bebe bien y es tranquilo… —me detuve en seco. una aparición como esa en pleno Highgate llamaría la atención en demasía, así que intentando borrar mis palabras, rectifiqué:
—Aún cuando en realidad creo que lo mejor…, para pasar algo desapercibido es en Shoreditch, en el que hay un montón de buenos lugares. es como el triángulo de las Bermudas en el este de la ciudad. Creo que para…, ustedes sería lo mejor.
—¿Recuerdan nuestra estadía en el Triángulo de las Bermudas? —preguntó la elegante cabeza de pelo rojo y barba pulcra—. es algo que no me gustaría repetir. Mala comida, mal alojamiento y conversaciones por completo insulsas.
—Yo creo que deberíamos hacerle caso a este joven —apostilló nuevamente la cabeza de mujer, mirándome fijamente con sus hermosos ojos.
—Sí —intervino el Chino Mandarín mientras daba una nueva chupada a su cigarrillo—. suena bien eso de Shoreditch.
—No se hable más —intervino esta vez el juez de la horca—, creo que si hemos de partir por algún sitio, ese es tan bueno como cualquiera.
Con un movimiento fluido, los ocho brazos desplegaron (luego de guardar en algún sitio pipas y cigarros) un capote negro con pequeñas rayas de tipo diplomático y lo colocaron sobre lo que podría entenderse como sus hombros. Los ocho pies giraron a la vez y con gestos corteses dirigidos a mi persona, emprendieron camino al este de Londres. En un repentino ataque de inspiración, logré mover mis pies y comencé a seguirlo…, seguirlos…, lo que sea. me moría de ganas por ver si tomarían un dos pisos o bien se meterían en el metro en la Battersea power. la risa me atacó al pensar en la forma en que se acomodaría en una de las sillas de los pubs de Shoreditch. ¿ocuparía una? ¿Varias? ¿Cómo reaccionarían los parroquianos del sitio en que finalmente se acomodara? ¿Qué bebería? Me di cuenta que tal espectáculo no me lo perdería por nada.
La risa estuvo a punto de desbordarme cuando la voz de la mujer llegó hasta mis oídos tras un suspiro resignado.
—Cuidado con donde ponen las manos, caballeros.

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en fin, de momento es todo, y repito que mañana continúo con Camino a Babilonia.